Los ecos de la pandemia de la covid-19 aún resuenan en todo el planeta. La crisis sanitaria, el primer acontecimiento verdaderamente transversal en la historia reciente desde la Segunda Guerra Mundial, propició cambios profundos que afectaron desde la economía hasta la manera de comportarse y relacionarse. España no fue una excepción y, cinco años después de la declaración del estado de alarma que supuso el confinamiento de la población durante más de dos meses, la sociedad ha interiorizado el teletrabajo, es más consciente de la importancia de la salud mental y viaja menos que antes.
Esos cambios son a menudo sutiles y no siempre atribuibles por completo a la pandemia, que en muchos casos ha actuado como acelerante de transformaciones que ya estaban en marcha, pero se han demostrado consistentes con el paso del tiempo. A continuación se recogen varios de los cambios más relevantes que aún reverberan en nuestra forma de vida, cuando ya la covid-19 se ha convertido en una enfermedad endémica.
Una generación diezmada
La consecuencia más evidente del impacto de la pandemia en España es que toda una generación, la de la posguerra civil, fue diezmada por el SARS-CoV-2, un virus cuya letalidad aumentaba cuanto mayor era el paciente y más dolencias asociadas presentaba a la hora de enfrentarse a la infección. Con los datos de mortalidad ya revisados, el 95,5% de los fallecidos por covid en España entre 2020, cuando se desató la pandemia, y 2023, cuando se dio por finalizada la emergencia sanitaria, tenían más de 60 años, esto es, 147.632 muertes de un total de 154.490 en el país.

Si el umbral de edad se coloca un poco más alto, a partir de los 70 años, la proporción sigue siendo elevadísima, casi el 87% del total. Pese a las dificultades de todo tipo que la enfermedad impuso a toda la población, quienes estuvieron -y todavía están- en verdadero riesgo por el contagio fueron sobre todo los más mayores, entre ellos los últimos testigos de la Guerra Civil y de las primera décadas del franquismo. Una pérdida irreparable para las familias, pero también para la sociedad en su conjunto.
La trampa de las residencias
Ese riesgo mortal para los ancianos fue especialmente evidente en las residencias de la tercera edad, donde se estima que fallecieron 34.683 personas, incluyendo en ese cálculo 10.546 a las que no se les practicó la prueba, aunque tenían síntomas compatibles con la enfermedad, casi todos en la primera ola de la pandemia. En total, son más del 23% de todos los fallecidos en España, aunque algunos estudios apuntan que en la primera oleada -entre marzo y junio de 2020-, cuando la recolección de los datos era más compleja, las muertes en las residencias supusieron entre el 40% y el 80% del total, según las comunidades autónomas.
Evaristo Barrera, catedrático de Trabajo Social y Servicios Sociales en la Universidad Pablo de Olavide de Sevilla, es autor de uno de esos estudios y asegura que desde el primer momento se advertía que la situación era "una catástrofe". Las conclusiones de su equipo, publicadas ya en 2021, apuntaban que la letalidad fue mayor en las regiones con más residencias privadas y, sobre todo, en los centros más grandes, con más de cien internos, en los que era mucho más difícil contener y gestionar los contagios. "No se ha aprendido, no ha habido una corrección del sistema", se lamenta ahora, temiendo que se pueda repetir: "Sabemos que las macrorresidencias están muy expuestas y, además, la inversión sanitaria está en retroceso, así que cuando vuelva otra epidemia, ¿qué hospitales, qué servicios de urgencia, que atención primaria va a frenar la enfermedad?".
El triunfo de las vacunas
En el otro lado de la balanza sanitaria se encuentran las vacunas, que salieron muy respaldadas: la inmunización contra la covid-19 se empezó a inocular a los ciudadanos europeos a finales de 2020, apenas un año después de los primeros casos en China, y fue fundamental para dejar atrás la pandemia. "La vacuna contra la covid fue el gran éxito colectivo de la pandemia, y así se percibió", refrenda Daniel La Parra, catedrático de Sociología de la Salud en la Universidad de Alicante, que recalca que "tuvo un impacto, en general, positivo en el discurso sobre las vacunas, aunque también se utilizara como altavoz por parte del movimiento antivacunas".
Este experto se dice convencido de que ese éxito, junto con el buen funcionamiento del sistema en España -nueve de cada diez ciudadanos mayores de cinco años fueron vacunados contra la covid-19, una de las tasas más altas del mundo-, ha impulsado también a las vacunas estacionales. Así, a pesar de que España es un país con unas tasas de inmunización muy elevadas, desde la crisis sanitaria se ha incrementado la cobertura de vacunas como la de la gripe o la segunda dosis de la varicela, que hasta 2019 no alcanzaba el 50% y ahora supera el 90%.
Una relación diferente con la sanidad
Ese impulso a las vacunas forma parte de una nueva relación del ciudadano con la sanidad, a raíz de una mayor concienciación sobre la importancia de la salud. Inés Calzada, socióloga de la Universidad Complutense de Madrid especializada en Estado del Bienestar, señala, desde una perspectiva amplia, que la pandemia fue un aldabonazo sobre la "necesidad del Estado: la gente entendió de una manera muy directa por qué esa institución te puede proteger". Daniel La Parra coincide en que "la salud pasó a estar tan en el centro de todo que, en una sociedad puramente capitalista, logró parar la actividad económica" y apunta que "probablemente, ha habido un aumento de la demanda" de servicios sanitarios.
Un efecto muy evidente de ese cambio en la relación con la sanidad es el auge de la teleasistencia: según el último barómetro sanitario del CIS, el 56% de los pacientes de la sanidad pública han tenido una cita médica por teléfono. "Eso, claramente, lo ha impulsado la pandemia, porque antes tenía muy poca aceptación, profesional y ciudadana. Se convirtió en necesidad y se descubrió que puede ser práctico para algunas cosas", explica La Parra. Calzada abunda que la cita telefónica supone una primera toma de contacto entre médico y paciente que es positiva, porque permite "ahorrar tiempo en un sistema estresado, con mucha carencia de personal".
La salud mental, en primer plano
La pandemia también contribuyó a visibilizar otros problemas de salud y, en concreto, la salud mental. El CIS inició en octubre de 2020 una serie de estudios sobre el impacto de la covid-19 en la salud mental de los ciudadanos y, en ese primer informe, apenas un 8,6% de los encuestados decía haber recurrido a ayuda profesional debido a su estado de ánimo o situación emocional durante el año anterior a la pandemia. En 2024, esa pregunta se ha incorporado al barómetro sanitario y un 18,2% de la población dice haber recurrido a un profesional sanitario por salud mental.
Lo cierto es que la propia pandemia tuvo un efecto directo sobre la salud mental, ya que, como señala Daniel La Parra, el confinamiento impidió mantener con normalidad las relaciones familiares y laborales, mientras que las restricciones posteriores modificaron las pautas de comportamiento introduciendo un apreciable estrés social: "Para la salud mental fue terrible". Pero más allá de ese efecto, "la pandemia hizo que la gente se sintiera más legitimada para decir que se encuentra fatal y que necesita ayuda", afirma Inés Calzada, que opina que la crisis sanitaria "legitimó la salud mental como parte de la salud: igual que si te duele mucho el estómago vas al médico, si tienes mucha ansiedad, mucho miedo, y te están pasando cosas anímicamente, tienes derecho a ir al médico".
El parón en la educación
El confinamiento tuvo también un impacto directo en el rendimiento de los estudiantes, al obligar a cerrar colegios e institutos durante casi medio curso, sustituyendo sobre la marcha la educación presencial por la telemática. Así lo reflejó dos años después el informe PISA, que hablaba de una "caída sin precedentes" del rendimiento académico en todos los países de la OCDE tras la crisis sanitaria, si bien indicaba que eran necesarios más estudios para aislar el efecto de la pandemia de otros factores que habían contribuido al declive.
El informe subrayaba que, como en otros ámbitos, la pandemia había acelerado una tendencia previa, aunque el descenso del rendimiento había sido evidente en lectura y matemáticas. En esta última competencia, por ejemplo, la nota de los alumnos españoles cayó siete puntos hasta su peor resultado histórico, aunque el hundimiento generalizado hizo que España quedara por encima de la media de los países desarrollados, mientras que en lectura quedó por debajo tras una nueva caída y en ciencia la nota se mantuvo estable. En cualquier caso, está por ver si los efectos de aquel parón fueron temporales o suponen un lastre a lo largo del tiempo.
El teletrabajo se consolida, aunque sea minoritario
Quizá uno de los cambios más evidentes y duraderos de la crisis sanitaria sea el impulso al teletrabajo, dentro de una tendencia generalizada a la digitalización de numerosas actividades. En España, según los datos de la Encuesta de Población Activa, hasta 2019 apenas teletrabajaba algo más de un 8% de la fuerza laboral, poco más de un millón y medio de personas, de las que casi 700.000 solo lo hacían ocasionalmente.
Ahora esa proporción se ha duplicado, con un 14,6% de trabajadores que realizan su actividad a distancia, lo que supone 3,2 millones de personas, de las que más de la mitad, por encima de 1,6 millones, teletrabajan más de la mitad de los días. Es todavía una cifra modesta, pero la tendencia es creciente, lo que llevó al Gobierno a regularlo en 2021, con una nueva ley de trabajo a distancia.
Un frenazo en los viajes
La pandemia tuvo un efecto inmediato en una de las actividades sociales esenciales en el siglo XXI, el turismo, a raíz de los confinamientos iniciales y las restricciones posteriores. En España, a pesar de que se baten récords de visitantes extranjeros -94 millones en 2024-, la población viaja menos que antes de la crisis sanitaria: según la Encuesta de Turismo de Residentes (Familitur), que elabora el INE, se hacen menos viajes de fin de semana y de puente, y más o menos los mismos en Semana Santa y verano. Los últimos datos disponibles sugieren que esa tendencia se mantiene: hasta el tercer trimestre de 2024, se realizaron 58,4 millones de viajes de fin semana, diez millones menos que en los nueve primeros meses de 2019.
Al mismo tiempo, la forma de viajar ha cambiado, como señala Raquel Huete, catedrática de Sociología e investigadora del Instituto Universitario de Investigaciones Turísticas de la Universidad de Alicante: "El fenómeno de los nómadas digitales se ha acelerado muchísimo, también la combinación de ocio y trabajo, como cuando alguien prolonga una estancia unos días después de un congreso. Y el alojamiento en vivienda privada, los pisos turísticos, se han superacelerado, al ofrecer tras la pandemia un aislamiento y una relajación que no ofrecían los hoteles, además de ser más económico". Huete recalca, además, que el turismo se ha convertido en un bien de consumo primario para los ciudadanos: "Encerrarnos puso en valor la movilidad".
La recuperación de las relaciones sociales y del ocio
De la misma forma que con los viajes, los datos sugieren que la población está tardando en recuperar actividades sociales y de ocio que antes realizaba con más frecuencia. Así lo refleja un módulo específico sobre este asunto que el INE incluyó en la Encuesta de Condiciones de Vida en 2015 y en 2022, lo que permite comparar ambos momentos, uno previo y otro posterior -aunque aún con algunas restricciones- a la pandemia. Respecto a las relaciones sociales, por ejemplo, se advierte que las reuniones y contactos con familiares y amigos se han espaciado: ha bajado el porcentaje de encuestados que decía verse con ellos diaria o semanalmente, mientras aumenta la que dice reunirse o contactar mensual y anualmente.
Esa menor frecuencia se aprecia también en actividades como asistir a eventos deportivos o acudir a espectáculos en directo: la proporción de personas que dicen hacerlo es similar antes y después de la pandemia, pero bajan quienes lo hacen más de tres veces en los últimos doce meses y aumentan quienes lo han hecho menos de tres veces. "Hay pequeñas cosas que se han quedado", concede José Rubén Pérez, sociólogo de la Universidad Rey Juan Carlos también especialista en turismo, que señala que "el ocio es ya muy poliédrico, se ha digitalizado y se ramifica en el descanso, en actividades recreativas… no solo en el consumo". Una tendencia evidente en el descenso de la asistencia a los cines, ya que cada vez más gente prefiere ver las películas en casa, a través de plataformas digitales. Otro cambio que aceleró la pandemia y que el tiempo dirá si se convierte en permanente.